Reportaje especial desde Bolivia
"Tenemos Evo para rato" es la frase que más se escucha cuando se pregunta a cualquiera por el presidente boliviano. Algunos lo dicen con orgullo, otros con temor, otros más con resignación. Y todos coinciden en que, después de él, Bolivia no volverá a ser la misma, para bien o para mal.
Rafael Menjívar Ochoa
redaccion@centroamerica21.com
Segunda de dos partes
La Paz, Bolivia.- El referéndum revocatorio convocado por Santa Cruz estaba dividido en dos partes. En la primera, se ponía a consulta popular la continuidad de los prefectos departamentales; la votación favoreció a los cinco del occidente del país y "dictó" la destitución de los cuatro de los departamentos conservadores del oriente.
El referéndum no tenía un valor legal, y por lo tanto los prefectos no pueden ser destituidos, pero fue un arma política poderosa -de doble filo, como se vio- para definir el futuro de Bolivia, y más bien su presente. La segunda pregunta, la sustancial, era: "¿Usted está de acuerdo con la continuidad del proceso de cambio liderizado [sic] por el Presidente Evo Morales Ayma y el Vicepresidente Álvaro García Linera?"
La palabra cambio
Aunque parece que la pregunta favorece al mandatario, la palabra "cambio" tiene significados harto diferentes para los bolivianos, según el lugar del espectro social en el que se encuentren. Para algunos "el cambio" representa esperanzas; para otros, el apocalipsis. En otras palabras, lo que buscaba el referéndum era el aval popular para lograr la destitución del presidente Morales, o por lo menos una votación lo bastante cerrada para restarle valor a su hasta entonces indudable liderazgo.
Los resultados fueron significativos: en Santa Cruz, promotora del referéndum, el 40.75 por ciento votó a favor del mandatario; el 59.25 votó en contra; en La Paz, 83.27 por ciento apoyó a Morales, y sólo el 16.73 por ciento estuvo en contra. Los totales nacionales validaron largamente al presidente: 67.41 por ciento a favor del "cambio", 32.59 en contra. "Un cheque en blanco", lo llama el ex presidente Carlos Mesa en la segunda parte de la entrevista que concedió a Centroamérica 21, que se reproduce en este mismo número.
Hay fuertes intereses económicos y de poder detrás del referéndum -la vieja oligarquía que intenta retomar posiciones, y reforzarlas-, y para muchos el eje es la aprobación de la nueva Constitución Política, que Mesa analiza en la entrevista con minucia y lucidez. Partidos, grupos y personalidades generalmente progresistas, o que no necesariamente comparten posiciones con los sectores económicamente poderosos del oriente boliviano, establecieron alianzas con éstos al apoyar la consulta popular, con un solo fin, como lo señaló el ex presidente Jorge Quiroga: retrasar la aprobación y proclamación de la carta magna.
Quizá, mientras tanto, esperan que haya una discusión y una negociación política para replantear los objetivos de ésta y, de lograrse, volver a sus posiciones originales. Pero hasta ahora lo que ha habido -en especial tras el fracaso del "revocatorio"- es un avance cada vez más fuerte de las posiciones de Morales y la desarticulación de la oposición más y combativa.
El movimiento Podemos, del ex presidente Quiroga, por ejemplo, controlaba la mayoría del Senado, pero, tras el referéndum, sufrió una severa crisis interna que lo llevó a perder, en primera instancia, su registro como partido legal, y por lo tanto el control de la cámara alta del Congreso. Sin el Senado como contrapeso, la nueva Constitución entraría en vigencia sin mayores dilaciones, y quizá sin discusiones, con lo que se instauraría en Bolivia un sistema legal que establece medidas que podrían llevar a la ruptura de la institucionalidad, o a la creación de una institucionalidad contradictoria y poco coherente. Peor aún: a la creación de mecanismos que, de entrada, serían violatorios de derechos humanos básicos.
El caso extremo es el reconocimiento de la justicia comunitaria -los sistemas de valores de los grupos autóctonos- como una instancia análoga y con el mismo valor que la impartida por el sistema "tradicional" (policía, ministerio público, judicatura, etcétera). Las comunidades podrían establecer sus propios tribunales, dictar castigos y condenas y sus fallos serían inapelables, sin mecanismos regulatorios de por medio. En vista de que dicha "justicia comunitaria" está basada en principios y tradiciones no escritos, y que existen decenas de grupos autóctonos con costumbres y valores diferentes, no habría una medida única para procesar a todos los bolivianos, y el sistema judicial creado para garantizar el debido proceso simplemente no podría intervenir.
Pero el tema de las consecuencias profundas de la nueva Constitución parece ser preocupación casi exclusiva de políticos y juristas. Para la gente de la calle, "es la Constitución del Evo", y es lo que importa: su percepción es que con ella se garantizará la justicia social y terminará la marginación tradicional de los indígenas y, en general, de los pobres.
Pobres contra ricos
"Ésta es una lucha de los pobres contra los ricos", resume un vendedor de libros pirata del centro de La Paz. Entre su mercadería, además de libros de texto, y especialmente de autoayuda, se encuentra "Presidencia sitiada", del ex presidente Carlos Mesa Gisbert, y "Jefazo", una biografía del presidente Evo Morales. "Pero esta vez nosotros tenemos el poder."
En esa "lucha" silenciosa -al menos del lado de la mayoría de los bolivianos del occidente- hay un fuerte componente de irracionalidad. Otro vendedor, esta vez de software pirata -tiene cientos de discos compactos con los programas de computación más sofisticados, y también de otros que hace muchos años están descontinuados pero a alguien servirán- dice: "Ahora la justicia va a ser para nosotros. Ya es hora de que también tengamos lo que nunca nos han querido dar." Y no hay discusión ni argumentación posible. No es en el centro de La Paz, repleto de puestos callejeros de cosas pirateadas -libros, software, películas, música, juegos para Xbox y Wii- donde se pueda encontrar una respuesta razonada en términos legales o políticos, y no es lo que se buscaba.
Tampoco parece ser racional ni demasiado elaborada la posición de los autonomistas de Santa Cruz. La posición básica es que no van a ser gobernados por "un indio", y detrás de eso vienen consideraciones como que los departamentos del oriente poseen características climáticas y hasta idiosincrásicas harto diferentes que las del occidente; que poseen una economía propia y mucho más que autosostenible, y que están siendo despojados no sólo de sus recursos naturales y su usufructo, sino también de un consecuente derecho político a la autodeterminación.
Más que un sistema federado, los departamentos del oriente buscan una autonomía que casi podría equipararse a un reconocimiento de independencia con respecto al gobierno central. Su exigencia es la proclamación de un sistema jurídico propio, no regulado por el poder central; el manejo de sus propios recursos naturales, como el estaño y el gas natural, y ser interlocutores casi en pie de igualdad con el gobierno de La Paz.
La influencia de Hugo Chávez
Los portavoces políticos de Santa Cruz han esgrimido una amenaza que suena un tanto exagerada, pero no deja de ser una amenaza: si no se concede autonomía a los departamentos del oriente, Bolivia entraría en un estado de guerra civil. El modo de demostrarlo, antes del referéndum revocatorio, fue el bloqueo de carreteras y el acceso a las ciudades, manifestaciones, algunos enfrentamientos con la policía en los cuales los agentes del orden llevaron la peor parte. Hubo incluso un reportaje en uno de los periódicos de mayor circulación en el cual se hablaba de agentes que habían decidido renunciar debido a la ola de ataques que se había desatado en contra de ellos en Santa Cruz.
La respuesta del gobierno fue la amenaza de involucrar al ejército en el mantenimiento del orden público, pero para entonces el "revocatorio" ya había tenido lugar y los grupos de presión habían perdido fuerza. En el contexto, era obvio que no se utilizaría al ejército para reprimir a los manifestantes, pero tampoco dejaba de ser una amenaza fácil de cumplir.
Para lo que sí se convocó al ejército fue para proteger los gasoductos, que las agrupaciones cívicas y políticas de Santa Cruz habían amenazado con bloquear, mediante el expediente de cerrar las válvulas. La exigencia de los santacruceños es obtener el control y los beneficios del gas natural que se produce en su territorio.
En medio de todo esto, de los conflictos, las discusiones, los bloqueos, la vida cotidiana, es difícil ver qué papel juega el presidente venezolano, Hugo Chávez, en el ajedrez local, mucho menos en los intentos de consolidar un "liderazgo" en el norte de Sudamérica, con Bolivia en un lugar preferencial. Pero la influencia está allí.
Como señala Carlos Mesa, "Morales tiene una suerte de dependencia psicológica con Chávez. Tiene una admiración ciega por Fidel Castro, tiene una admiración fuerte por Chávez. Chávez siente que es mentor de Morales, y Morales acepta esa mentoría. Y eso, por lo tanto, no plantea relaciones entre iguales, sino relaciones de papá a hijo".
La seguridad personal del presidente Morales está conformada por venezolanos; en el interior del país viaja en helicópteros venezolanos, con pilotos venezolanos, y para sus viajes al exterior -como representante, obviamente, del gobierno boliviano- utiliza aviones de la fuerza aérea venezolana. Se puede alegar que ha habido mandatarios "incómodos" para Estados Unidos que han muerto en condiciones "misteriosas" por confiar en su propia gente y en sus propios aviones, como el panameño Omar Torrijos y el ecuatoriano Jaime Roldós Aguilera, ambos en 1981; pero la omnipresencia de venezolanos alrededor de Morales, junto con asesores, el apoyo financiero, el subsidio petrolero y muchas cosas más, no puede tomarse exclusivamente como un problema de seguridad o de simple simpatía.
Lo que resulta claro es que el "fenómeno Evo" no es una creación venezolana, que tiene sus raíces en Bolivia, y que los hechos y los resultados no serían muy diferentes si no contara con el apoyo de Venezuela. A lo sumo, Chávez ha apuntalado una construcción que por sí misma hubiera tenido muchas más dificultades para sostenerse en pie.
El propio Chávez es un fenómeno similar al de Evo Morales, como lo fue Alberto Fujimori en Perú: alternativas fuera de serie a los partidos tradicionales, a los modos cerrados y elitistas de hacer política, a la postergación de las mayorías. Parafraseando a Goya, los sueños de la democracia, a veces, producen monstruos.
"Tenemos Evo para rato" es la frase que más se escucha cuando se pregunta a cualquiera por el presidente boliviano. Algunos lo dicen con orgullo, otros con temor, otros más con resignación. Y todos coinciden en que, después de él, Bolivia no volverá a ser la misma, para bien o para mal.
http://centroamerica21.com/edicion74/pages.php?Id=394
"Tenemos Evo para rato" es la frase que más se escucha cuando se pregunta a cualquiera por el presidente boliviano. Algunos lo dicen con orgullo, otros con temor, otros más con resignación. Y todos coinciden en que, después de él, Bolivia no volverá a ser la misma, para bien o para mal.
Rafael Menjívar Ochoa
redaccion@centroamerica21.com
Segunda de dos partes
La Paz, Bolivia.- El referéndum revocatorio convocado por Santa Cruz estaba dividido en dos partes. En la primera, se ponía a consulta popular la continuidad de los prefectos departamentales; la votación favoreció a los cinco del occidente del país y "dictó" la destitución de los cuatro de los departamentos conservadores del oriente.
El referéndum no tenía un valor legal, y por lo tanto los prefectos no pueden ser destituidos, pero fue un arma política poderosa -de doble filo, como se vio- para definir el futuro de Bolivia, y más bien su presente. La segunda pregunta, la sustancial, era: "¿Usted está de acuerdo con la continuidad del proceso de cambio liderizado [sic] por el Presidente Evo Morales Ayma y el Vicepresidente Álvaro García Linera?"
La palabra cambio
Aunque parece que la pregunta favorece al mandatario, la palabra "cambio" tiene significados harto diferentes para los bolivianos, según el lugar del espectro social en el que se encuentren. Para algunos "el cambio" representa esperanzas; para otros, el apocalipsis. En otras palabras, lo que buscaba el referéndum era el aval popular para lograr la destitución del presidente Morales, o por lo menos una votación lo bastante cerrada para restarle valor a su hasta entonces indudable liderazgo.
Los resultados fueron significativos: en Santa Cruz, promotora del referéndum, el 40.75 por ciento votó a favor del mandatario; el 59.25 votó en contra; en La Paz, 83.27 por ciento apoyó a Morales, y sólo el 16.73 por ciento estuvo en contra. Los totales nacionales validaron largamente al presidente: 67.41 por ciento a favor del "cambio", 32.59 en contra. "Un cheque en blanco", lo llama el ex presidente Carlos Mesa en la segunda parte de la entrevista que concedió a Centroamérica 21, que se reproduce en este mismo número.
Hay fuertes intereses económicos y de poder detrás del referéndum -la vieja oligarquía que intenta retomar posiciones, y reforzarlas-, y para muchos el eje es la aprobación de la nueva Constitución Política, que Mesa analiza en la entrevista con minucia y lucidez. Partidos, grupos y personalidades generalmente progresistas, o que no necesariamente comparten posiciones con los sectores económicamente poderosos del oriente boliviano, establecieron alianzas con éstos al apoyar la consulta popular, con un solo fin, como lo señaló el ex presidente Jorge Quiroga: retrasar la aprobación y proclamación de la carta magna.
Quizá, mientras tanto, esperan que haya una discusión y una negociación política para replantear los objetivos de ésta y, de lograrse, volver a sus posiciones originales. Pero hasta ahora lo que ha habido -en especial tras el fracaso del "revocatorio"- es un avance cada vez más fuerte de las posiciones de Morales y la desarticulación de la oposición más y combativa.
El movimiento Podemos, del ex presidente Quiroga, por ejemplo, controlaba la mayoría del Senado, pero, tras el referéndum, sufrió una severa crisis interna que lo llevó a perder, en primera instancia, su registro como partido legal, y por lo tanto el control de la cámara alta del Congreso. Sin el Senado como contrapeso, la nueva Constitución entraría en vigencia sin mayores dilaciones, y quizá sin discusiones, con lo que se instauraría en Bolivia un sistema legal que establece medidas que podrían llevar a la ruptura de la institucionalidad, o a la creación de una institucionalidad contradictoria y poco coherente. Peor aún: a la creación de mecanismos que, de entrada, serían violatorios de derechos humanos básicos.
El caso extremo es el reconocimiento de la justicia comunitaria -los sistemas de valores de los grupos autóctonos- como una instancia análoga y con el mismo valor que la impartida por el sistema "tradicional" (policía, ministerio público, judicatura, etcétera). Las comunidades podrían establecer sus propios tribunales, dictar castigos y condenas y sus fallos serían inapelables, sin mecanismos regulatorios de por medio. En vista de que dicha "justicia comunitaria" está basada en principios y tradiciones no escritos, y que existen decenas de grupos autóctonos con costumbres y valores diferentes, no habría una medida única para procesar a todos los bolivianos, y el sistema judicial creado para garantizar el debido proceso simplemente no podría intervenir.
Pero el tema de las consecuencias profundas de la nueva Constitución parece ser preocupación casi exclusiva de políticos y juristas. Para la gente de la calle, "es la Constitución del Evo", y es lo que importa: su percepción es que con ella se garantizará la justicia social y terminará la marginación tradicional de los indígenas y, en general, de los pobres.
Pobres contra ricos
"Ésta es una lucha de los pobres contra los ricos", resume un vendedor de libros pirata del centro de La Paz. Entre su mercadería, además de libros de texto, y especialmente de autoayuda, se encuentra "Presidencia sitiada", del ex presidente Carlos Mesa Gisbert, y "Jefazo", una biografía del presidente Evo Morales. "Pero esta vez nosotros tenemos el poder."
En esa "lucha" silenciosa -al menos del lado de la mayoría de los bolivianos del occidente- hay un fuerte componente de irracionalidad. Otro vendedor, esta vez de software pirata -tiene cientos de discos compactos con los programas de computación más sofisticados, y también de otros que hace muchos años están descontinuados pero a alguien servirán- dice: "Ahora la justicia va a ser para nosotros. Ya es hora de que también tengamos lo que nunca nos han querido dar." Y no hay discusión ni argumentación posible. No es en el centro de La Paz, repleto de puestos callejeros de cosas pirateadas -libros, software, películas, música, juegos para Xbox y Wii- donde se pueda encontrar una respuesta razonada en términos legales o políticos, y no es lo que se buscaba.
Tampoco parece ser racional ni demasiado elaborada la posición de los autonomistas de Santa Cruz. La posición básica es que no van a ser gobernados por "un indio", y detrás de eso vienen consideraciones como que los departamentos del oriente poseen características climáticas y hasta idiosincrásicas harto diferentes que las del occidente; que poseen una economía propia y mucho más que autosostenible, y que están siendo despojados no sólo de sus recursos naturales y su usufructo, sino también de un consecuente derecho político a la autodeterminación.
Más que un sistema federado, los departamentos del oriente buscan una autonomía que casi podría equipararse a un reconocimiento de independencia con respecto al gobierno central. Su exigencia es la proclamación de un sistema jurídico propio, no regulado por el poder central; el manejo de sus propios recursos naturales, como el estaño y el gas natural, y ser interlocutores casi en pie de igualdad con el gobierno de La Paz.
La influencia de Hugo Chávez
Los portavoces políticos de Santa Cruz han esgrimido una amenaza que suena un tanto exagerada, pero no deja de ser una amenaza: si no se concede autonomía a los departamentos del oriente, Bolivia entraría en un estado de guerra civil. El modo de demostrarlo, antes del referéndum revocatorio, fue el bloqueo de carreteras y el acceso a las ciudades, manifestaciones, algunos enfrentamientos con la policía en los cuales los agentes del orden llevaron la peor parte. Hubo incluso un reportaje en uno de los periódicos de mayor circulación en el cual se hablaba de agentes que habían decidido renunciar debido a la ola de ataques que se había desatado en contra de ellos en Santa Cruz.
La respuesta del gobierno fue la amenaza de involucrar al ejército en el mantenimiento del orden público, pero para entonces el "revocatorio" ya había tenido lugar y los grupos de presión habían perdido fuerza. En el contexto, era obvio que no se utilizaría al ejército para reprimir a los manifestantes, pero tampoco dejaba de ser una amenaza fácil de cumplir.
Para lo que sí se convocó al ejército fue para proteger los gasoductos, que las agrupaciones cívicas y políticas de Santa Cruz habían amenazado con bloquear, mediante el expediente de cerrar las válvulas. La exigencia de los santacruceños es obtener el control y los beneficios del gas natural que se produce en su territorio.
En medio de todo esto, de los conflictos, las discusiones, los bloqueos, la vida cotidiana, es difícil ver qué papel juega el presidente venezolano, Hugo Chávez, en el ajedrez local, mucho menos en los intentos de consolidar un "liderazgo" en el norte de Sudamérica, con Bolivia en un lugar preferencial. Pero la influencia está allí.
Como señala Carlos Mesa, "Morales tiene una suerte de dependencia psicológica con Chávez. Tiene una admiración ciega por Fidel Castro, tiene una admiración fuerte por Chávez. Chávez siente que es mentor de Morales, y Morales acepta esa mentoría. Y eso, por lo tanto, no plantea relaciones entre iguales, sino relaciones de papá a hijo".
La seguridad personal del presidente Morales está conformada por venezolanos; en el interior del país viaja en helicópteros venezolanos, con pilotos venezolanos, y para sus viajes al exterior -como representante, obviamente, del gobierno boliviano- utiliza aviones de la fuerza aérea venezolana. Se puede alegar que ha habido mandatarios "incómodos" para Estados Unidos que han muerto en condiciones "misteriosas" por confiar en su propia gente y en sus propios aviones, como el panameño Omar Torrijos y el ecuatoriano Jaime Roldós Aguilera, ambos en 1981; pero la omnipresencia de venezolanos alrededor de Morales, junto con asesores, el apoyo financiero, el subsidio petrolero y muchas cosas más, no puede tomarse exclusivamente como un problema de seguridad o de simple simpatía.
Lo que resulta claro es que el "fenómeno Evo" no es una creación venezolana, que tiene sus raíces en Bolivia, y que los hechos y los resultados no serían muy diferentes si no contara con el apoyo de Venezuela. A lo sumo, Chávez ha apuntalado una construcción que por sí misma hubiera tenido muchas más dificultades para sostenerse en pie.
El propio Chávez es un fenómeno similar al de Evo Morales, como lo fue Alberto Fujimori en Perú: alternativas fuera de serie a los partidos tradicionales, a los modos cerrados y elitistas de hacer política, a la postergación de las mayorías. Parafraseando a Goya, los sueños de la democracia, a veces, producen monstruos.
"Tenemos Evo para rato" es la frase que más se escucha cuando se pregunta a cualquiera por el presidente boliviano. Algunos lo dicen con orgullo, otros con temor, otros más con resignación. Y todos coinciden en que, después de él, Bolivia no volverá a ser la misma, para bien o para mal.
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